
Si hay algo a lo que invita el verano es a lamer ¿no? Lamer con la punta de la lengua. Invita a saborear las largas tardes, las cervezas fresquitas, el café con hielo, los granizados, las ensaladas... los cuerpos de los otros 🙂
El verano es para saborearlo y disfrutarlo con la punta de la lengua.
El verano se asocia al sabor y el sabor se asocia a la sexualidad mucho más de lo que los puritanos desearían.
¿Será por eso que hemos tenido normas estrictas a la hora de estar a la mesa? Cualquier método es bueno para controlar que el placer y el estremecimiento recorra nuestros cuerpos.
Cuatro principios fundamentales, grabados a fuego desde la más tierna infancia, sostuvieron mi formación de señorita:
- siéntate con las piernas juntas
-camina derecha
- no opines
- come como la gente
¿Te suenan?
Todos los esfuerzos de mi madre, sin embargo, no fueron suficientes para hacer de mi una dama: simplemente carecía de materia prima.
Mi familia no se ha repuesto de la decepción.
A los 17 años, cuando descubrí que abrir las piernas era mucho más interesante que cerrarlas, me dediqué a violar uno a uno los severos preceptos de mi educación y ahora, pasado medio siglo de vida bien vivida, comprendo que el único precepto que realmente me ha servido es caminar derecha.
Y no lo digo en un sentido metafórico; para una mujer de metro cincuenta de altura, una postura erguida y la cabeza en alto es parte de la estrategia de supervivencia.
En cuanto a comer como la gente, pronto me di cuenta que eso depende de la latitud y las circunstancias y que, para alguien que disfruta de hacer el amor comiendo y viceversa, el asunto de los modales es muy relativo.
La idea de los cubiertos es relativamente nueva y la de los estrictos modales en la mesa todavía más, ambas corresponden a una cultura que se relaciona con el mundo a través de la vista y tiene una extraña desconfianza por los otros cuatro sentidos, sobre todo el del tacto..
La piel, los pliegues del cuerpo y las secreciones tienen sabores fuertes y definidos, tan personales como el olor.
Poco sabemos de ellos porque hemos perdido el hábito de lamernos y olisquearnos unos a otros.
El sentido del gusto se cultiva, tal y como se cultiva el oído para el jazz: libre de prejuicios, con ánimo curioso y sin tomarlo en serio.
Desde pequeños/as nos enseñan a respetar la distancia física con otras personas y a ignorar nuestro propio cuerpo. Aún antes de aprender a hablar y amarrarnos los zapatos, ya hemos interiorizado la prohibición de explorar cualquier orificio de nuestra propia anatomía y, por supuesto, de los demás.
¡Después se nos van fortunas en terapia para descubrir el poder sanador del tacto! Habrás notado que hay una fiebre de talleres, incluidos los nuestros, para enseñar lo que cualquier orangután sabe sin clases: tocarse y tocar a los demás.
Manipular la comida incorpora el sentido del tacto al placer básico de satisfacer el apetito; comer con las manos permite percibir el alma de los alimentos antes de consumirlos.
Y si no piensa sobre esto:
Al pensar en una comida afrodisíaca descartamos de inmediato la etiqueta y el protocolo.
Imaginamos una orgía romana al estilo de Fellini. O pensamos en aquella inolvidable escena de Tom Jones. Esa simpática comedia inglesa filmada en los años sesenta en que el héroe y una cortesana, sentados frente a frente ante una mesa estrecha comparten una cena. La cámara se regocija en las manos destrozando pollos y mariscos, en las bocas sorbiendo, mascando, chupando... como si esas patas de cangrejo y mórbidas peras fueran las caricias que se abstienen de mostrar.
Pero a veces, los modales correctos resultan, por contraste y por excesivos, excitantes.
Y si no, mira lo que sucedió a esta pareja etiquetada. Dale al play y disfruta.
Fragmento del libro Afrodita de Isabel Allende.
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