
PEREGRINANDO HACIA SANTIAGO
Diario de una maga que no sabe que lo es
LA WACHUMA ABRE MI CORAZÓN
1/5/23
El día 7 del CAMINO.

Me he levantado muy enfadada y cansada.
Me pican los ojos de no dormir, por haber pasado la noche en vela.
Aunque salimos huyendo del roncador Tor, no me escapé de una noche atronadora.
De nuevo me tuve que poner los auriculares con música relajante para poder desconectar de los ronquidos, pero ellos seguían atravesando mis sentidos, mi cerebro.
Tengo una horrible sensación de resaca, de angustia, incluso.
Julio nos ha pedido que hoy sea el día de la NO Queja… ¡en buen día! ¿me lo habrá notado en la cara?
Usaré la libreta para desahogarme y soltar mis mierdas.
Son las 7’00h de la mañana y nos ponemos en marcha.
Tengo las manos heladas. Apenas puedo escribir.
El camino está siendo de bajada, bajada empinada y escarpada. La rodilla izquierda se resiente… ummm ¡sólo me faltaba!
Tengo frío. Los caminos son húmedos y cubiertos por árboles altos y mucha vegetación. No entra ni un rayo de sol.
He atravesado un par de pueblos, bueno, no sé si llamarlo pueblos.
Cuatro casitas amontonadas, con sus calles sin asfaltar y llenas de boñigas de vaca. Huele fatal.
Me asombra que haya gente viviendo así, con esa humedad y rodeados de caca y mal olor.
Imbuida en mis pensamientos que me llevan a imaginarme cómo serían los días de las personas que viven en esas casas me encuentro con otro gran castaño, por el tamaño de su tronco podría ser centenario.
Y ¡oh sorpresa!
Se ve cómodo para sentarse sobre su base y lo mejor, le está dando el sol.
Es una gran invitación a pararse y entrar en calor.
No me lo pienso.
Necesito calentarme.
Me siento, saco mi café que aún mantiene algo de tibieza y también mi libreta de notas.
Sale un hombre joven (y guapo, nada que ver con el pastor, jeje) de una de las casitas que hay cerca del árbol, me saluda y me dice que estoy de foto.
Le sonrío y le propongo darle mi móvil para que me haga la foto.
No sé en que momento me volví tan descarada jeje.
Esta mañana todos teníamos dudas sobre la ruta de hoy porque se bifurca a la altura de Triacastela. Yo, además de frío, he tenido la extraña sensación de estar fuera del camino. Y desde la altura en la que estaba podía ver que todas las nubes tapaban el valle a donde se suponía que íbamos.
Así que hoy todo parecía estar velado, al menos por el momento.
Justo estoy terminando de escribir bajo el árbol y al amparo reconfortante de los rayos del sol cuando aparecen Francisco y Carlos. Me da alegría verlos. Caminamos un ratito juntos y aparece Julio también.
Carlos y Francisco se quedan a tomar algo en un bar de paso.
Julio y yo seguimos a buen paso.
Lo tenemos claro.
Elegimos la ruta que nos lleva a Samos. Vamos al Monasterio.
Vamos bordeando un bonito río y en un momento dado hacemos una parada a la orilla. Me descalzo. Siempre es lo primero que hago.
Julio saca algunas cositas para hacer un rezo y wachuma* en polvo.
[*La cualidad principal de esta planta es que nos refresca la memoria y activa nuestros sueños. Wachuma o Huachuma, más conocida como San Pedro, es un cactus que crece en los Andes y por miles de años ha guiado a nuestros ancestros, recordándoles su esencia, la conexión permanente con lo divino y enseñándoles a curar holísticamente, cuerpo, mente y espíritu. Así recordamos quienes somos en esencia y aprendemos a usar nuestra energía y todos los recursos que tenemos, de manera más consciente y con mejores resultados en nuestras vidas].
Me explica que voy a sentir como si me tomara una cucharada de arena y que tengo que dejarla en la boca e ir humedeciéndola poco a poco para poder tragarla.
Se me hace duro.
La saliva tarda en aparecer.
Tengo un gran bolo de arena que me ocupa toda la boca.
Le doy tiempo.
Y algunas zonas las puedo ir tragando.
Sin embargo, el groso no pasa.
El cuerpo comienza a hacer espasmos de arcadas.
Yo no quiero echarlo fuera de mí.
Me esfuerzo por tragarlo.
Quiero recibir la medicina en mi cuerpo.
Trago un poco más pero finalmente tengo que entregar a la tierra una parte.
Me quedo más tranquila.
Hago unas cuantas respiraciones y cojo tres hojas de coca para entregar al lugar y hacer mi rezo.
Busco con mi mirada el lugar donde hacer el rezo. Enseguida lo veo.
Me pongo mis zapatillas de río y entro en el agua helada. Me llega hasta las rodillas, la corriente lleva cierta fuerza y me sorprende.
En el agua rezo por mi relación con Sunie, para poder poner más amor, más corazón en mi relación con él. En el agua dejo las tres hojitas de coca y me quedo observando como la corriente se las lleva río abajo… dirección al océano.
Aho.
Seguimos caminando y la wachuma va haciendo su efecto… ampliando la visión y el oído.
El verde del sendero se vuelve eléctrico, los árboles parecen más vivos y me voy emocionando mientras voy sintiendo sutilmente a los seres vegetales y animales que nos rodean. Se me humedecen los ojos inundada de belleza y gratitud.
Físicamente comienzo a notar como una suave borrachera.
Todo se enlentece por dentro, pero seguimos caminando a un buen ritmo.
Me cuesta.
El pie me sigue doliendo y mis sentidos se vuelven más contemplativos… como si quisieran pararse y dejarse extasiar.
Pero creo que Julio quiere llegar cuanto antes a Samos.
Al llegar a Samos veo que es un pueblo precioso, emplazado en una maravillosa hondonada.
Un monasterio benedictino enorme en su centro y el río rodeado de arboleda son los protagonistas, sin lugar a dudas.
Cogemos cama en el albergue del monasterio. El más sobrio de los que hemos visitado hasta ahora. Pero somos todo terreno.
Nos cuesta contestar a las preguntas que nos hace el mesero al hacernos la reserva.
La Wachuma está bastante subida.
Al tomar mi DNI el mesero se sorprende al ver que soy de Baza por que resulta que, curiosamente, él es oriundo de Huéscar. Esta casualidad hace que se alargue un poco más contándonos sus historias y preguntándome cosas de la zona.
Julio y yo nos miramos cómplices de lo que estamos viviendo por dentro y sonreímos intentando no llamar mucho la atención.
No sé si lo conseguimos, la verdad.
Dejamos las mochilas dentro y nos vamos a buscar un lugar donde regalarlos el estar.
Lo encontramos junto al río, al lado de una pequeña Iglesia Prerrománica que construyó el tal Samos que da nombre al pueblo y junto a un ciprés de más de 1500 años. Impresionante.
La tarde pasa en suave éxtasis tirados sobre la hierba.
Conectada, fundida en silencio con la naturaleza, con una paz inmensa en el corazón, sin más deseo que estar como están las flores del lugar.
Julio, de vez en cuando coge el tambor y reza con alguna canción.
Todo está tan quieto por dentro y se siente tanta vida sutil por fuera…
Silencio.
La mayor parte del tiempo, silencio acompañado del suave tintineo del río.
Silencio. Paz. Tambor. Agradecimiento. Corazón.
Y resonando dentro de mi un viejo lamento de mi yo a mi ser "cuánto te he echado de menos"
No se lo digo. No verbalmente. Pero le agradezco mucho esta ceremonia improvisada que estamos viviendo juntos.
Es un honor para mí recibir San Pedro de sus manos, en una ceremonia para él y para mí.
El sol calienta. Sonreímos. Todo está en su sitio.
A las 18’30h decidimos levantarnos para ir a visitar el Monasterio por dentro en la última visita del día.
A mi me parece un poco tétrico, o bastante, en realidad.
Al terminar la visita vamos a misa, en el mismo monasterio.
Allí descubro como la memoria de mi adolescencia sigue intacta y recuerdo cada uno de los rezos y frases que se dicen durante la Eucaristía. ¡¡Es sorprendente después de tanto tiempo!!
Y el corazón me trae un hermoso recuerdo en forma de canción.
El corazón se ensancha y se emociona.
Después a cenar. Nos reímos mucho. Notamos que la Wachuma sigue activa en nosotros haciendo su alegre trabajo.
Y después listos para dormir.
Eso espero.

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