
PEREGRINANDO HACIA SANTIAGO
Diario de una maga que no sabe que lo es
EL MIEDO, EL PASTOR Y TAMBORES DE PAZ
29/4/23
El día 5 del CAMINO.

Hoy, por indicación del guía, salí al camino de noche.
Eran las 5’45 de la madrugada. Estaba oscuro.
Salí entusiasmada por la aventura, pero cuando dejé atrás las farolas encendidas de Pieros, el cielo estrellado no me pareció suficientemente bonito, ni idílico…
El frontal de Julio tenía tres posiciones: luz roja, luz blanca corta, luz blanca larga. Opté por la luz rojo porque las blancas atraían todo tipo de bichos.
La roja. Me quedé con la roja.
Mis ojos comenzaron a crear todo tipo de siluetas atemorizantes y los sonidos de la noche no me ayudaban a calmarme.
Tenía miedo. Esa era la palabra, miedo.
Continué en la oscuridad por una carretera comarcal en la que sólo había campos a un lado y a otro.
En un momento dado comencé a escuchar un sonido semejante a un enjambre de abejas, pero a lo bestia. Como si empezara a llover fuerte. De hecho, estiré mis manos para ver si me mojaba. Me paré para discernir mejor que era aquello.
No tenía ni idea.
Solo podía imaginar que eran montones de insectos en los campos que había a orillas de la carretera. Estaba realmente acojonada.
No sé, como unos 100 pasos más adelante, ya no escuchaba ese ruido.
Me volví a parar y nada. No había sonido.
Por instinto me giré hacia atrás y vi que unos cables de alta intensidad atravesaban la carretera. ¿Sería posible que fuese el ruido de la electricidad pasando por los cables?
No me volví a comprobarlo en ese momento.
Pero sí lo hice a lo largo del camino. En otras ocasiones, ya de día, volví a pasar bajo el tendido eléctrico de alta intensidad y efectivamente, hacía ese sonido tan peculiar.
No pude evitar preguntarme cómo afectaría eso a la flora y fauna que vivía bajo esos cables tan sonoros.
Habría caminado unos 2km cuando llegué a una trifurcación.
No había señal amarilla, la señal que indica la ruta peregrina.
¡Mierda!
Debí haberme saltado alguna flecha en medio de la noche.
La oscuridad me daba miedo y además no sabía por dónde seguir.
¡El móvil!
El móvil podría ser mi salvación.
Busqué un mapa que me guiara por la Ruta Jacobea pero no encontraba nada desde donde yo estaba.
Allí, de pie, entre caminos, y en la oscuridad de la noche intentando saber cual era el camino.
Si hubiese retenido cual era el pueblo donde íbamos a parar al final del día podría poner el Google Map.
Pero no, no lo había memorizado.
Tres caminos.
Había observado que siempre caminábamos de espaldas al sol por la mañana, y había ya en el cielo, un cierto claro que anunciaba por donde saldría el sol.
Con respecto a los tres caminos, eso me indicaba cual debía coger sin ninguna duda. Pero no me atrevía. No confiaba en mi instinto, ni en mi observación. Tenía demasiado miedo a equivocarme.
Tuve deseos de volver hacia atrás, hacia Pieros y volver a salir con el resto de compañeros.
Tenía ganas de llorar.
Estuve quieta, de pie, en la carretera, agobiada, indecisa… durante unos 45 minutos.
De pronto, recordé que mi madre había hecho el camino saliendo desde Sarria.
Así que puse el Google Maps desde mi ubicación hasta Sarria y allí estaba mi camino. Justamente el que estaba opuesto al suave claro que había en una parte del oscuro cielo.
Poder caminar de nuevo me causó cierto alivio, pero seguía en la oscuridad y seguía teniendo miedo. Al menos ahora sabía por dónde ir.
Quizás no fuese el camino peregrino, pero en algún momento volvería a encontrar la señal.
En 2km más atravesé una silenciosa aldea, Valtuille, y encontré la flecha amarilla. Empecé a llorar. Aliviada. Agradecida.
Poco a poco empezó a clarear mientras caminaba sola por los montes de El Bierzo.
Amanecía.
Puse en el móvil la canción de Dani Marín, Caminar.
Y lloré de nuevo.
Ahora por la alegría de recibir la luz y estar en el camino.
¡Cuánto de simbólico esto de estar en el camino!
Me cuesta volver a relajar el cuerpo después de tanta tensión.
Varias veces más de la canción de Dani Martín.
Respirar.
Cantar…
Me permiten ir aflojando y volver a un estado más relajado y fluido.
Me duele muchísimo la planta del pie derecho, voy cojeando.
Pero camino.
Sigo.
La vida es caminar, paso tras paso, caminar.
A veces no ves, pero caminas.
Tienes miedo, pero caminas.
No sabes, pero caminas.
A veces duele, pero caminas.
Ningún sitio al que llegar.
Caminar.
Ya me lo dijo el castaño.
Caminar.
Me hace feliz caminar e ir sintiendo como voy dejando atrás el camino pisado, los pueblos atravesados.
A veces puedo conectar con aquel camino primigenio por el que alguna vez ya pasé junto a tantos y tantos peregrinos.
Porque esta no es la primera vez. Mis piernas y mi corazón lo saben, lo recuerdan, lo reconocen.
Yo ya he pasado por aquí en otro tiempo.
Algunas veces mi cuerpo distingue cual es el sendero antiguo y cuando es un camino nuevo, creado después. Puedo sentir que bajo mis pisadas no transcurren los siglos.
Tengo frío, aquí, escribiendo sobre esta piedra.
Quiero encontrar un supermercado para comprar aceite de lavanda y romero para mis pies.
Tiemblo de frío.
Me pongo en marcha.
Ya estoy en El pequeño Potala, el albergue “selecto” de Ruitelán.
Selecto porque estaba cerrado y lo han abierto para Julio y sus tres acompañantes, claro.
Estoy duchada, sobre mi agradable cama de sábanas limpias, libreta en mano.
Nos quedamos en el frío de la piedra.
He parado varias veces más: dos iglesias, un bar donde comerme una tostada de jamón y un campito verde donde descalzar mis pies.
Allí estaba yo, descalza, acomodada sobre la mochila como almohada, mirando el cielo azul, descansando. Un momento idílico.
Cuando comienzo a escuchar el balar de un rebaño de ovejas que se dirige hasta este campito en donde me encuentro.
Dudo un momento de si vendrán aquí o no, pero el perro pastor ha llegado corriendo hasta aquí, así que ya no me cabe duda.
Me incorporo rápido para calzarme de nuevo, no quiero ser invadida por tropecientas ovejas.
Ni 15 minutos llevaba cuando el rebaño, su perro y su pastor han llegado a sacarme de mi descanso.
Bueno, en realidad el único que me ha sacado y me ha hecho levantarme de mi lecho verde y húmedo ha sido el pastor.
Que ni corto ni perezoso se ha acercado a mi y poniendo su chaqueta en la hierba junto a mí me dice:
- ¿qué tal si compartimos cama?
WTF!!!
En nuestra corta conversación, porque me ha faltado tiempo para salir de allí, no ha dejado un momento de probar suerte conmigo.
Después de preguntarme de dónde era y cómo me llamaba, me ha dicho que pasara el día con él. Que comiéramos juntos y después echáramos una siesta y que sí quería podía quedarme unos días con él, que el luego me acercaba al pueblo que quisiera.
No podía salir de mi asombro.
Su perro encima de mí (lo que imagino que quería hacer su amo), literal.
Pareciera que estuviese entrenado en subirse más a mis piernas a cada ademán que yo hacía por levantarme.
¿En serio?
Me ha insistido un par de veces más.
Ha dado por hecho que estaba separada y que hacía el camino sola.
Y aún diciéndole que estaba FELIZMENTE casada y con hijos y que venía con unos amigos que estarían al llegar (pero que no llegaron), le ha dado igual.
- ¡Venga, quédate conmigo!
Madre del amor hermoso.
Si te lo estás preguntando, no, no estaba bueno. Un pastor feo y mayor. Vamos que podía ser mi padre. No por feo, que mi padre es guapetón, sino por edad.
Ains.
Vaya diíta tan intenso.
Después de eso, cero aventuras.
Dolor intenso en la planta del pie, como si me clavaran muchos alfileres cada vez que piso.
La mente en silencio.
Dolor.
La mente en silencio.
Antes de llegar a El Pequeño Potala, a unos 50m antes de llegar, me paré a la orilla del un pequeño río que me ha ido acompañando en casi toda esta etapa, descalcé mis doloridos pies y los metí en el agua helada.
En esas estaba cuando llego Julio, sacó su tambor y nos pusimos a cantar a toda voz, corazón en la garganta Tambores de paz.

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me encantan tus relatos ! Gracias
Gracias Anir.
A mi me encanta que te gusten.
Un abrezo grande hasta Chile.